El terror es, quizás, uno de los géneros más complejos de reinventar.
Es algo que ha quedado demostrado en los últimos años, puesto que alcanzan los dedos de la mano para contar las cintas actuales que resaltan en el género.
La historia tiene que ver con una maldición que es pasada de una persona a otra, en referencia al trauma, puesto que cada una de las víctimas atraviesan alguna vivencia de shock.
Una psiquiatra que usa su profesión como una vía para solucionar sus inconvenientes del pasado. Ella tiene una interacción complicada con su hermana, justamente gracias a un trauma familiar.
Vinculado al luto y la superación de patologías mentales. Se nos explica que uno de los traumas de la protagonista es haber observado a su mamá fallecer una vez que era niña.
Ella lo aspira todo para salir adelante, inclusive volverse psiquiatra para contribuir a otras a afrontar situaciones como la que ella pasó.
El director Parker Finn (que debuta con este largometraje) consigue generar de esta forma una atmósfera perturbadora, sin caer en el exceso de jump scares.
Sin embargo, el último tramo que pavimenta el camino para el desenlace finaliza perdiendo un poco su control sobre la historia –acercándose aún más a Está detrás de ti–. Rose y Joel encuentran cómo es que la “maldición” pasa de una persona a otra, como si fuese un virus.
De esta forma, tratan de hallar una forma de rescatar a Rose, empero es más obvia de lo cual la cinta desea hacer creer. En aquel punto, la trama se adentra en toda una controversia sobre moral y egoísmo –que no detallaremos aquí para eludir spoilers–. Aquel “descubrimiento” es un hilo conductor que puede ser interesante, puesto que hablamos de una historia sobre trauma psicológico. No obstante, el camino que escoge Finn termina realizando que la cinta camine en círculos.
Hablando tanto de lo técnico como de la temática que trae a disputa. Toda la tensión que la protagonista atraviesa, tratando encontrar si requiere de ayuda psicológica y hallar que solamente ella puede ayudarse, consigue asustar más que cualquier jump scare.
Ligadas a inconvenientes mentales o a traumas que son, al pie de la letra, pavorosos; demuestran cómo nuestras propias peores pesadillas tienen la posibilidad de estar en nuestra propia mente. No hace falta ir más lejos.