En Invitación al infierno, Evie (Nathalie Emmanuel) no sabe a dónde pertenece. Luego del deceso de su mamá.
Perdió el norte y su sentido de la identidad.
Dictamina emprender una averiguación de la contestación a aquel enigma a su alrededor.
Lo es, inclusive, al proponer a su heroína como una extraña entre equivalentes.
Evie no es una víctima y no está referida a serlo. Realmente, tiene todo el fin de entender su historia, pese a que aquello parece tener un costo.
Evie es de Estados Unidos y tendrá que viajar a la sofisticada Europa en busca de cualquier rastro de su familia.
Sin embargo, inclusive, en dicha versión contemporánea de la viable víctima al acecho del monstruo, hay dobles lecturas.
El viaje no es solo físico, además es emocional. El personaje se confronta a las siluetas —propias y externas— sin embargo, le llevará tiempo adentrarse en ellas y su sentido.
Muchísimo más una vez que, lo cual le aguarda al otro lado del Atlántico, es un tipo de amenaza vieja y retorcida. La cinta expone la iniciativa sobre lo terrorífico a partir de lo inminente.
Todos los indicios apuntan a lo imposible y lo impresionante, lo cual emparenta a Invitación al infierno, con la Noche del Espanto de Tom Holland. Las dos comparten el hilo de lo monstruoso en el corazólo diario.
Creaba la idea de la vida del monstruo a partir de lo cómico. La producción de Thompson lo hace a partir de la amenaza. Evie está en riesgo y es uno real, potencialmente mortal. Todavía peor: podría no solo fallecer, sino atravesar un tipo de oscuridad definitiva de la que no va a poder volver.