En 2017, el asesor encargado de Netflix, Reed Hastings, mencionó la oración que define el consumo cultural en nuestra era. Aseguró que, en verdad, su organización no competía con otras plataformas de streaming, como HBO o Amazon Prime. Tampoco con la PlayStation y otras ocupaciones de descanso que podían ser más atractivas para sus consumidores potenciales.
Realmente, mencionó, Netflix compite con el sueño. “Hay una serie o una cinta que te falleces por ver, y te quedas por la noche hasta tarde, de manera en verdad competimos con el sueño”. Lo mejor era cómo culminaba la sentencia: “¡Y vamos triunfando nosotros!”.
Sin embargo, las suscripciones no abarcan solo el entorno del tiempo libre cultural. Además de las plataformas de streaming, de canción y una porción ilógica de periódicos y revistas, en el hogar pagamos un servicio de almacenamiento en la nube, algo de programa y yo, luego de años detestando ir al gimnasio, he empezado a usar una aplicación para hacer deporte en el hogar. Varios amigos suman a aquello videojuegos o esports.
Todo todavía es ridículamente económico: por lo cual previamente costaba la suscripción anual a un periódico (unos 400 euros), ahora puedes suscribirte a entre 4 y 8, dependiendo de las ofertas (pueden realizarlo en este instante al Confidencial por 89 euros: ¡suscríbanse!), y ejecutar gimnasia en el hogar con planes a medida implica abonar un tercio menos que en un gimnasio; por lo cual respecta a la melodía, un servicio de streaming mensual sigue costando menos que un CD.