El Regreso del Rey: Yankees Vuelven a Ganar con Fuego en el Plato, Bajo el sol californiano y ante la mirada atenta de los ángeles terrenales
Bajo el sol californiano y ante la mirada atenta de los ángeles terrenales, New York Yankees volvió a sonreír. Con su cuarta victoria consecutiva, esta vez sobre Los Angeles Angels por 3×2, los Mulos del Bronx reafirmaron su condición de líderes, de guerreros que no se doblegan ni bajo presión.
Y es que en este juego, donde el pitcheo dominó como amo supremo, solo unos pocos batazos decidieron el destino. Y esos batazos fueron firmados por Yankees.
En el montículo, Carlos Rodón fue un muro. Siete entradas, cinco hits, diez ponches. Con cada lanzamiento, demostró por qué quiere representar a Puerto Rico en el Clásico Mundial de Béisbol 2026. Pero antes, está cumpliendo su misión en el Bronx: ser el brazo que estabiliza, que da tranquilidad, que permite soñar con octubre.
Su victoria (7-3) no solo le dio ritmo al equipo, sino también confianza. Porque cuando Rodón lanza así, todo parece posible.
El primero en hablar fue Ben Rice. En el cuarto inning, con la tensión del cero encima, conectó un jonrón monumental: 108.1 MPH de salida, 423 pies, hacia el right-center field. Su vuelacercas número 11 de la temporada marcó el inicio de la fiesta neoyorquina.
Más tarde, en el séptimo, llegó el turno de Oswald Peraza. A sus 22 años, el venezolano sacudió la pelota con furia: 111.8 MPH, 408 pies. Su tercer jonrón del año fue una declaración de intenciones: «Estoy aquí para quedarme».
Volpe, héroe del primer partido de la serie, siguió brillando. Un sencillo productor tras el error de fildeo de Matthew Lugo le dio oxígeno al equipo en un momento crítico.
Bellinger, por su parte, se embasó gracias a esa jugada fortuita y mostró que, aunque su swing no sea el de antaño, sigue siendo pieza clave en el engranaje ofensivo del equipo.
Cuando ya todo parecía definido, Yoán Moncada trató de encender la llama angelina con un jonrón en la novena entrada: 105.2 MPH, 413 pies. Brillante, sí. Pero insuficiente.
Porque detrás del plato, los relevistas neoyorkinos no temblaron. Devin Williams, con su sexto rescate del año, selló el destino con clase. Ni siquiera el cielo pudo detener a los Yankees.
Por los Angels, Tyler Anderson fue digno. Cinco entradas, dos carreras limpias, tres ponches. Su efectividad sigue bajando (ahora en 3.60), y aunque cargó con la derrota, dejó claro que puede seguir siendo pieza importante en la rotación angelina.
Pero hoy, simplemente, no fue suficiente. Porque frente a él estaba un equipo hambriento, sediento de gloria.
Esta victoria no fue solo un triunfo más. Fue una muestra de resiliencia, de paciencia, de precisión. De cómo un equipo puede ganar sin explotar… y aún así hacerlo con clase.
Los Yankees siguen liderando el Este de la Americana, con paso firme, con hambre renovada. Y mientras nombres como Rodón, Peraza, Rice y Volpe siguen surgiendo, uno puede sentirlo: esto apenas comienza.
Cada victoria cuenta. Cada juego es una lección. Y cada batazo, una promesa. Con esta racha de cuatro triunfos seguidos, los Yankees no solo consolidan su presente. También dibujan su futuro.
¿Será este el año del regreso a la cima? Tal vez. Pero una cosa es clara: mientras estos hombres usen el uniforme azul y blanco, el Bronx seguirá rugiendo. Fuerte. Siempre.