Buzz Lightyear de Pixar (con la voz de Tim Allen) no sabe que es un juguete. La conjetura de “Toy Story” (1995), desconcertó y propuso curiosas cuestiones sobre la autoconciencia. Además, un punto doloroso y amargo sobre la madurez y la averiguación del objetivo.
El héroe obsesionado con un objetivo que de rápido halló que solo era una figura en un estante, terminó doloroso por su franqueza. Empero muchísimo más por su elegante juego metafórico sobre la vida. Y aunque finalmente Buzz localizó su sitio en el planeta — a un conjunto de amigos, el amor y hasta cantó en español — su recorrido ha sido tortuoso
Más que aquello, enseñó el fin de Pixar de cambiar al mundo de los juguetes en un escenario bastante humano para hablar con sentimientos profundos. Uno que se logró más producido, intuitivo y levemente amargo mientras los juguetes se volvieron prescindibles y finalmente, recuerdos. La vivienda de la lámpara saltarina consiguió hablar con el tránsito entre la infancia y la madurez con una elegancia conmovedora. Muchísimo más, una vez que es espejo del tránsito del análisis por medio de todo el mundo del cine
Por esa razón no sorprende bastante que “Lightyear” (2022) de Angus MacLane, regrese a los instantes más profundos, emocionales y bien construidos del análisis. Que lo realice por medio de Buzz (esta vez, con la voz de Chris Evans), el personaje real que dio origen al inolvidable juguete
Esta paradoja de metanarrativa es paralelamente una brillante averiguación de sentido. Pixar, convertida en signo de un tipo de cine infrecuente en norteamérica y que contienda por su sitio en el planeta, se sostiene sobre “Lightyear” para un regreso a las aulas que le llevó 2 años cristalizar.