Con el fin de promocionar su nueva serie «All of Us Are Dead» en Tailandia, Netflix ha lanzado una campaña a las calles de Bangkok, un terrorífico autobús escolar. Provisto de pantallas digitales en lugar de ventanas y salpicado en «sangre», dicho autobús simula contener a un grupo de niños tratando de escapar del apocalipsis zombi.
La acción es tan realista que son muchos los que piensan que Netflix ha ido demasiado lejos, pues este espeluznante autobús no sólo puede impactar negativamente a los más pequeños, sino que además puede ocasionar accidentes de tráfico.
Una mezcla parecida podría ser problemática en el tamaño en que pondera y explora los motivos de sus figuras centrales con particular cuidado. Y a la vez, descuida casi sin querer el punto álgido de cualquier historia del género muerto viviente. Dicha rapidez agresiva, destructiva y finalmente devastadora de una criatura que se multiplica y crea legiones de sus similares a la menor provocación.
Sin lugar a dudas, en los films que narran las vicisitudes de los muertos vivientes, existe una regla tácita sobre dicha rapidez exponencial. A medida que más veloz se logre entender qué pasa, más grandes son las probabilidades de sobrevivir.