Después de 13 años, el pasado 29 de septiembre, por fin, Britney Spears se liberaba de la tutela de su padre. Había pasado un tercio de su vida bajo ella y finalmente se había acabado.
La jueza Brenda Penny decidió retirar a Jamie Spears como tutor y nombrar temporalmente a un contable como el tutor legal transitorio de las finanzas de la cantante, al menos hasta el 12 de noviembre, cuando habrá una nueva vista.
Desde el pasado miércoles, Britney Spears, de 39 años, había permanecido prácticamente en silencio.
Sus apariciones en redes sociales apenas habían tocado el tema legal que tanto la preocupaba, y lo único que había dicho al respecto era: “Aunque hay cambios y cosas que celebrar, tengo mucho que sanar.
Tengo un gran sistema de apoyo y estoy tomándome tiempo para comprender, está bien bajar el ritmo y coger aire. Solo a través del amor propio podré rezar, amar y apoyar a los demás”. Aunque parecía hacer referencias al proceso legal, la cantante pasaba por él de puntillas y sin nombrar ni a su padre ni el caso en concreto.
Cuando coincidieron dos asuntos de importancia: el primero, la vista sobre su custodia; y el segundo y muy pertinente un documental del diario estadounidense The New York Times donde se repasaba a través de amigos, abogados y colegas de profesión esa década larga de custodia y el sinsentido que suponía que una persona trabajadora e independiente como ella tuviera que rendir cuentas personales, profesionales y económicas ante su padre.